Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1861-1862 (Cortes de 1858 a 1863)
Sesión: 27 de enero de 1862
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: n.º 46, 773, 774
Tema: Continúa la discusión sobre el presupuesto del Ministerio de Estado

El Sr. SAGASTA: Me gusta, señores, dejar las cosas claras. ¿En qué quedamos respecto de nuestro celo por el ejército? Después de lo que el Sr. Presidente del Consejo de Ministros ha dicho antes, ¿a qué viene esa duda de ahora? ¿Se ha arrepentido ya de lo que antes dijo? Eso me parece que no es conveniente, ni aún para S.S. mismo. Si S.S. lo hizo antes de buena fe, no creo que después ha habido motivo para que se desdiga.

Dice el Sr. Presidente del Consejo de ministros que la prueba de que no se ha dejado en descubierto al capitán general de Cuba está en que el Gobierno ha aprobado la conducta de aquella autoridad. El descubierto se refiere a las palabras del Sr. Ministro de Estado. Decía el Sr. Ministro de Estado: Todos los correos se le comunicaban al capitán general de Cuba los trabajos que aquí se estaban haciendo para el convenio entre España, Francia e Inglaterra; se le comunicó también la celebración del tratado; pero aquel capitán general, como no supo adónde se iban a reunir las escuadras, por sí y ante sí tomó el partido de marchar a Veracruz.

Señores, cuando uno no sabe adónde debe ir, lo natural es quedarse en su casa; pero no va, ¿adonde? Al punto donde había de marchar en combinación las escuadras. Eso por lo menos no es prudente, y Dios quiera que no sea origen de grandes complicaciones, ya sea la falta del Gobierno, ya del capitán general. El Gobierno dice que comunicó a aquella autoridad todo lo que debía saber; luego quien ha obrado mal es aquel capitán general. Esperemos los sucesos, y entonces veremos. Por de pronto creo que tengo yo la razón.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Duque de Tetuán): Voy a consignar bien lo que ha ocurrido en la isla de Cuba.

Al capitán general se mandó prepara una expedición para ir a Méjico a exigir satisfacción por la fuerza, de los agravios que había inferido a la nación española aquella República. Al mismo tiempo, según ya se ha manifestado por los documentos que han visto la luz pública, viendo que la Francia y la Inglaterra habían recibido también ofensas, manifestamos a esas potencias nuestra resolución de ir a Méjico a exigir satisfacción, y queriendo darles una prueba de nuestra buena fe, y de que no nos guiaba ningún deseo ni espíritu de conquista, significamos que estábamos dispuestos a ponernos de acuerdo para marchar sobre ese punto. Esto dio lugar a negociaciones, y a que por último se ajustase un tratado, y de todo esto se dio conocimiento al capitán general de Cuba.

¿Pero que resultó al firmarse el tratado? Que la Inglaterra creyó que su escuadra debía salir para la Jamaica; pareció que la Francia iba a salir directamente para las costas de Veracruz, y los Sres. Diputados recordarán que se dijo que los buques franceses saldrían de sus puestos sobre el 5 de noviembre. El capitán general de Cuba recibió la noticia de que se iba a firmar el tratado el día 30 o 31, como efectivamente se firmó en Londres. Se le dio por un lado la noticia de4 que la escuadra inglesa se dirigirá a la Jamaica para ir a Veracruz, y por otro la de que la expedición francesa debía salir el 5 de Noviembre de los puertos de Francia. Como no debían pasar precisamente las escuadras por la Habana, porque no es ese el rumbo que se toma para ir a Méjico, el general Serrano calculó que podría suceder que nuestra escuadra no llegara la primera, y no quiso que fuera la última o llegar la primera, hablo como español, prefiero que haya llegado la primera.

¿Qué ha sucedido después? Que hemos ocupado a San Juan Ulúa y a Veracruz. ¿En nombre nuestro? No. En nombre de las tres potencias; y se formó un convenio con los comandantes de los buques de esas dos naciones que estaban en aquellas aguas aceptando lo que el Gobierno tenía resulto, que desde el momento en que llegaran las demás escuadras se repartiría con ellas la guarnición de los puntos ocupados. En estas mismas condiciones se manifestaba que íbamos a obrar de acuerdo con la Francia y la Inglaterra.

La prueba, señores, de que estas explicaciones han sido satisfactorias, es que no hay la menor reclamación de parte de la Inglaterra ni de la Francia, que no creen que hayamos dejado de obrar con buena fe, como obran los Gobiernos que están a la cabeza de una nación como la española, y como hubieran obrado cualesquiera otros hombres que se hubieran hallado en nuestro puesto, porque en asuntos semejantes t9odos vamos guiados por un sentimiento de patriotismo y de buena fe, sin más norte que el cumplimiento de los deberes que nos impone nuestro cargo.

El Sr. SAGASTA: No insisto en esta cuestión por prudencia y por patriotismo, y lo dejo al tiempo; el tiempo aclarará los sucesos, y entonces hablaremos. Pero tenga su señoría en cuenta que contra mi propósito he hecho algunas [773] indicaciones sobre eso: no quiero que de ninguna manera se crea que mi oposición al Gobierno pueda en esta cuestión traerle el más ligero compromiso, de lo cual estoy muy lejos, por más enemigo y por más adversario que sea mío.

El Sr. GARCÍA MIRANDA: Cuán ajeno estaba yo de que las brevísimas palabras que anteayer dirigí al Congreso había de dar lugar al Sr. Sagasta a pronunciar uno de los más vehementes discursos que el Congreso ha oído a S.S. Me felicitaba de haber dado ocasión a que S.S. hubiera pronunciado un discurso; pero en este momento lo siento, porque tras del placer viene el dolor, y tras del gusto de oír al Sr. Sagasta viene el disgusto de oír las pocas palabras que voy a tener el honor de dirigir al Congreso.

Yo procuraré que lo que en mí depende que este disgusto sea lo más breve posible.

S.S. extrañaba que yo extrañase que hubieran salido de esos bancos ciertas indicaciones respecto al aumento de sueldos en la carrera diplomática. Señores, yo dije que extrañaba que hubiera salido de esos bancos esa idea, porque creo que es la primera vez que oigo desde ahí pedir aumento para el cuerpo diplomático. Dicho esto, voy a contestar aunque brevemente a algunas otras observaciones que ha hecho S.S.

Nosotros hemos creído que la subcomisión de Estado estaba aquí, no para discutir política, sino para arreglarse a la política en las partidas que por ese concepto vinieron al presupuesto. He dicho el otro día que la comisión consideraba la dotación de la legación de S.M. cerca de Francisco II como una consecuencia necesaria, indispensable a la política que el Gobierno ha seguido en Italia, que ha sido causa de debates solemnes, y que ha sido aprobada por este Cuerpo. ¿Cómo habíamos nosotros de presentar una cosa contraria a lo que en debates solemnes había aprobado el Congreso? Creo por lo tanto que no es nuestra misión discutir la política del Gobierno en Italia.

Sin embargo debo hacerme cargo de una idea del señor Sagasta. S.S. ha apuntado aquí que extrañaba que el Gobierno actual siguiese una política que siguió la Francia en el siglo XVII, fundándose en las palabras de un ilustre publicista que ha citado el Sr. Ministro de Estado. Sr. Sagasta, hay ciertos principios de derecho internacional que son eternos, que sirven para todos los Estados, y que se amoldan a toda clase de Gobiernos, ya sean constitucionales, absolutistas o republicanos, o de cualquier género que sean, porque los Gobiernos tienen ciertos deberes y ciertos principios que no pueden menos de cumplir.

El Sr. SAGASTA: Efectivamente hay ciertos principios que son eternos, en lo que es posible serlo, porque ya sabemos que eterno no hay nada; pero es casualidad, Sr. García Miranda, que solo los rusos, los austriacos y nosotros tengamos esos principios inmutables, y que las demás naciones constitucionales de Europa sigan los malos principios.

Yo lo que digo es que en Francia, a último del siglo XVII se regía por los principios absolutistas, que era el sistema que el Gobierno tenía, y que la España constitucional no debe fundarse en esos principios. La Francia de entonces se regía por el derecho divino de los reyes; la España de hoy se rige por otros principios, o debe regirse por lo menos; y vea S.S. como los absolutistas creen que es inmutable, que es imperecedero el derecho divino de los Reyes. Yo creo que S.S. no lo creerá así; y si no lo cree así, ¿cómo no acepta como buenas ciertas creencias y acepta como bueno lo de Austria y Rusia y lo de Francia en el Siglo XVII?

S.S. ha calificado mi discurso de más vehemente de todos los discursos que he pronunciado; de la misma manera califican otros señores mis discursos: cada discurso que yo pronuncio es el más vehemente de todos; de manera, señores, que temo que mi vehemencia vaya a llegar al cielo.

Yo no quería pronunciar un discurso, sino hacer ligeras observaciones para cumplir el precepto del Reglamento; me levanto a protestar contra las palabras de S.S. de que era extraño de que nosotros hiciéramos esa petición; y no sé porque era extraño, cuando hacía pocos días que habíamos pedido aumento varios individuos de la minoría: aumento el Sr. Madoz para la agricultura, aumento el Sr. Madoz y otros Sres. Diputados para las legaciones de América, y aumento para otra porción de cosas; y esa extrañeza es la que me obligó a pedir la palabra, no para pronunciar un discurso, sino para hacer algunas ligeras observaciones, pues ni entonces ni ahora pienso hacer discurso alguno; lo que he hecho ha sido únicamente presentar algunas observaciones, cumpliendo con lo que previene el Reglamento.



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